Sin entrar mucho en detalles, la lectura y la escritura subsisten como actividades separadas solamente al ser tomadas como la consumación de un rol: el del escritor – escribiendo (tipeando o empuñando la tinta), y el lector – leyendo (al abrir el libro, una pantalla, etc.). Vistos como una facultad, escribir y leer se superponen, o muestran un vínculo que los supone indisociables, o a veces hasta confunden. Leer se puede solamente algo (escrito). Y algo escrito es solamente revelado como tal cuando es leído. Esta relación indisoluble señala la escritura y la lectura no como dos caras de una moneda, sino dos perspectivas de encarar el texto – actualizar la escritura por medio de leerlo, o actualizar la lectura por medio de escribirlo. Y así como la lectura no termina o se reduce a nuestros ojos reparando en la página, sino que se extiende y prosigue con la avidez de hacer de nuestras vidas y experiencia un texto – la memoria o nuestras facultades analíticas harán lo que les resulte necesario para encontrar texto en cualquier parte. Así también la escritura no se reduce a nuestras manos en rol escritor. También están los patrones recursivos de nuestros hábitos (los que nos describen nuestra vida como una trampa). Y también está nuestra voz. Y con esto último arribamos a una herramienta altamente significativa: la vocalización de la letra escrita es un testimonio inmediato de cuánto reescribimos lo que leemos. Para más detalles, basta entrar en ram, vam, lam.
Comentario de Román Antopolsky
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